El artista
tiene que viajar para crecer. Respirar otros aires, observar desde otras
latitudes, ampliar su mirada, enriquecer su punto de vista.
Dejé el amor, las preocupaciones y medio
millón de trabajos sin terminar en Madrid y me subí en un avión
rumbo a Lima. No tenía muy claro lo que me esperaba allí. Solamente tenía claro
que era quizás una importante oportunidad de cruzar el charco, para ir después a Chile y concretar varios asuntos musicales. Un pasaje barato, una maleta con discos, una guitarra, algo de ropa y
protector solar eran todo lo que necesitaba. Allí estaba la prima de mi padre
que me iba a recibir y alimentar como a un gorrino a punto de sacrificar, así
que todo eran ventajas.

Así que me
planté en la brumosa Lima, donde fui a parar con el gran Rodrigo Wangeman, (bajista,
compositor y empresario limeño) que me descubrió los primeros secretos de la
música peruana en una noche interminable entre cervezas y yuca frita. Así, poco a poco y de la mano de Rodrigo, me fui
familiarizando con una ciudad que está saliendo de un letargo social que quizás
ha durado décadas, y está empezando a quererse a sí misma, a darse cuenta de su
potencial.
Entonces me
puse a buscar trabajo musical, con bastante poco éxito, la verdad, hasta que al
tercer día dos chicas jipis me ofrecieron galletas mientras yo tocaba
ensimismado la guitarra en el malecón.
-No quiero
galletas, gracias. –Contesté.
A lo que
respondieron invitándome a tocar en su pequeña emolientería en el barrio de Barranco. Aunque
en Madrid hubiera rehusado esta oferta considerándola un atentado contra mi
dignidad como artista (¿cómo será un lugar regentado por dos jipis que venden
galletas en un parque?), acepté entusiasmado y me presenté allí un par de días
después.
Para mi
sorpresa estaba cerrada. Pero al día siguiente volví, pues ya tenía noticias de
mi amiga cantante chilena Luz Ma, confirmándome que pronto llegaría a Lima. Y
yo tenía que cumplir mi promesa de conseguir un concierto para los dos, aunque fuese en el lugar
más infame sobre la faz de la tierra, todo para calmar la posible furia de la
diva en caso de llegar y no tener nada que hacer allí.
Así que al
día siguiente ahí me presenté de nuevo. Esta vez tuve suerte y cerré el trato
para tocar, y más suerte aún de que, cuando iba a salir, entrasen dos rumberos “que hoy son mis hermanos también”: Charly Betancourt
y Gustavo Adolfo Ramírez, contrabajo y trompeta respectivamente. Nos pusimos a
tocar en la esquina del bar y puedo atestiguar que las Musas del Universo Celestial
bajaron y estuvieron bailando con nosotros durante más de media hora. Así, y
sin pensar, como se hacen las mejores cosas
de la vida, les invité a tocar en el concierto que iba a dar con Luz Ma.
Al día
siguiente estábamos tocando en la plaza como si tal cosa, de donde empezaron a
surgir músicos como flores en el asfalto (Paskual Kantero me perdonará que le
pida prestada su metáfora) y sin darnos cuenta, a los 3 días éramos una jodida orquesta. Cuando Luz Ma
llegó éramos la Rumbarranquina, Orquesta Internacional de salsa formada por:
Charly “El
guardían de la montaña” Betancourt: contrabajo
Ezequiel
Borrilli “El Apóstol del swing”: tres cubano
Gustavo
Adolfo “Presidente” Acosta: trompeta.
Damián Salas
“El hombre tranquilo”: saxo tenor.
Rodrigo
Castillo: timbal y cajón
Karel Van Oordt
“Licenciado en Sabor”: Tumbadoras
Melissa
Aranivar: coros
Luz Ma “La
Bruja del Cerro” Henriquez: voz y coros
Mario
Boville: guitarra y voz
Nos habíamos
juntado por simpatía y no por dinero ni por interés. Sólo por el puro gusto de
tocar, de compartir. Todo gracias a la magia de Charly Betancourt, uno de esos
músicos que son medicina para el alma, que le recuerdan a uno por qué se dedica
a esto, que te hace ver que lo único que importa es disfrutar y amar lo
que se hace, que todo lo demás es tontería, que nadie es mejor ni peor, que si realmente respetas lo que haces serás grande…
Para cuando
dimos el concierto en la Emolientería llevábamos una semana llenando la plaza
de Barranco de gente que venía a bailar con nuestra música, centenares de personas venían cada día a disfrutar y a escuchar… y lo mejor es que sin darnos cuenta
estábamos ganando dinero!
A la semana
siguiente estábamos en el estudio grabando nuestros dos primeros temas y
planeando juntarnos de nuevo, quién sabe cuándo, para grabar un disco. Fueron
dos semanas intensas e inolvidables.
Ahora ya en
Valparaíso, 3500 km más al sur y tres semanas
después, recuerdo esto como si hubiese pasado hace siglos. Vuelvo a ser, momentáneamente, un cantautor, y a dar conciertos en dúo junto a Luz Ma. Mentiría si no dijese que echo de menos a
todos esos hermanitos Rumbarranquinos, que se reunieron desde galaxias lejanas
para juntarse y crear esa música maravillosa.
Algún día,
muy pronto, tú también la podrás escuchar.
Pd: Un agradecimiento especial Pancho García, a Claudia Makishi y a Malu JMayer, que nos apoyaron y siguieron cada día en esta aventura musical.