miércoles, 7 de marzo de 2012

Al borde del colapso

 Al borde del colapso vivimos, como una convulsión que se extiende sin remedio en todas direcciones. Al borde del colapso, extasiados y bailando alrededor de nuestros propios restos, celebramos el principio del fin. Al borde del colapso, felices e inconscientes, cuando nos podemos permitir por un momento olvidar lo que somos y nos deleitamos en el goce de lo absurdo. Al borde del colapso, de la destrucción, de la gran llamarada que iluminará el universo y no dejará más que silencio y oscuridad a su paso.


 Y después la nada, ese vocablo inconcebible, porque todos saben que la nada es la ausencia de algo, el vacío que queda cuando todo lo demás termina pero que, a su vez, se reafirma en sí mismo como algo. El vacío, lo que no vemos, lo que para nosotros no existe, lo que llenamos con palabras que tantean a ciegas el abismo desconocido. Más allá del límite, más allá del fracaso, más allá de explosiones y destellos, seguiremos viviendo como animales domesticados por religiones y costumbres y leyes y horarios y moral y apetitos y modas y deseos, esperando como mosquitos que revolotean alrededor de la hoguera, ciegos y satisfechos, idiotizados chupasangres sonrientes, esperando turno para aterrizar o para inmolarnos en cualquier momento, en cualquier lugar, mirando el reloj así, tranquilamente, al borde del colapso, hasta que llegue el fin.

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