lunes, 10 de febrero de 2014

De Lima y otras galaxias

El artista tiene que viajar para crecer. Respirar otros aires, observar desde otras latitudes, ampliar su mirada, enriquecer su punto de vista.

Dejé el amor, las preocupaciones y medio millón de trabajos sin terminar en Madrid y me subí en un avión rumbo a Lima. No tenía muy claro lo que me esperaba allí. Solamente tenía claro que era quizás una importante oportunidad de cruzar el charco, para ir después a Chile y concretar varios asuntos musicales. Un pasaje barato, una maleta con discos, una guitarra, algo de ropa y protector solar eran todo lo que necesitaba. Allí estaba la prima de mi padre que me iba a recibir y alimentar como a un gorrino a punto de sacrificar, así que todo eran ventajas.


Así que me planté en la brumosa Lima, donde fui a parar con el gran Rodrigo Wangeman, (bajista, compositor y empresario limeño) que me descubrió los primeros secretos de la música peruana en una noche interminable entre cervezas y yuca frita. Así, poco a poco y de la mano de Rodrigo, me fui familiarizando con una ciudad que está saliendo de un letargo social que quizás ha durado décadas, y está empezando a quererse a sí misma, a darse cuenta de su potencial.


Entonces me puse a buscar trabajo musical, con bastante poco éxito, la verdad, hasta que al tercer día dos chicas jipis me ofrecieron galletas mientras yo tocaba ensimismado la guitarra en el malecón.

-No quiero galletas, gracias. –Contesté.

A lo que respondieron invitándome a tocar en su pequeña emolientería en el barrio de Barranco. Aunque en Madrid hubiera rehusado esta oferta considerándola un atentado contra mi dignidad como artista (¿cómo será un lugar regentado por dos jipis que venden galletas en un parque?), acepté entusiasmado y me presenté allí un par de días después.


Para mi sorpresa estaba cerrada. Pero al día siguiente volví, pues ya tenía noticias de mi amiga cantante chilena Luz Ma, confirmándome que pronto llegaría a Lima. Y yo tenía que cumplir mi promesa de conseguir un concierto para los dos, aunque fuese en el lugar más infame sobre la faz de la tierra, todo para calmar la posible furia de la diva en caso de llegar y no tener nada que hacer allí.

Así que al día siguiente ahí me presenté de nuevo. Esta vez tuve suerte y cerré el trato para tocar, y más suerte aún de que, cuando iba a salir, entrasen dos rumberos  “que hoy son mis hermanos también”: Charly Betancourt y Gustavo Adolfo Ramírez, contrabajo y trompeta respectivamente. Nos pusimos a tocar en la esquina del bar y puedo atestiguar que las Musas del Universo Celestial bajaron y estuvieron bailando con nosotros durante más de media hora. Así, y sin pensar, como se hacen las  mejores cosas de la vida, les invité a tocar en el concierto que iba a dar con Luz Ma.

Al día siguiente estábamos tocando en la plaza como si tal cosa, de donde empezaron a surgir músicos como flores en el asfalto (Paskual Kantero me perdonará que le pida prestada su metáfora) y sin darnos cuenta, a los 3 días  éramos una jodida orquesta. Cuando Luz Ma llegó éramos la Rumbarranquina, Orquesta Internacional de salsa formada por:

Charly “El guardían de la montaña” Betancourt: contrabajo
Ezequiel Borrilli “El Apóstol del swing”: tres cubano
Gustavo Adolfo “Presidente” Acosta: trompeta.
Damián Salas “El hombre tranquilo”: saxo tenor.
Rodrigo Castillo: timbal y cajón
Karel Van Oordt “Licenciado en Sabor”: Tumbadoras
Melissa Aranivar: coros
Luz Ma “La Bruja del Cerro” Henriquez: voz y coros
Mario Boville: guitarra y voz



Nos habíamos juntado por simpatía y no por dinero ni por interés. Sólo por el puro gusto de tocar, de compartir. Todo gracias a la magia de Charly Betancourt, uno de esos músicos que son medicina para el alma, que le recuerdan a uno por qué se dedica a esto, que te hace ver que lo único que importa es disfrutar y amar lo que se hace, que todo lo demás es tontería, que nadie es mejor ni peor, que si realmente respetas lo que haces serás grande…

Para cuando dimos el concierto en la Emolientería llevábamos una semana llenando la plaza de Barranco de gente que venía a bailar con nuestra música, centenares de personas venían cada día a disfrutar y a escuchar… y lo mejor es que sin darnos cuenta estábamos ganando dinero!

A la semana siguiente estábamos en el estudio grabando nuestros dos primeros temas y planeando juntarnos de nuevo, quién sabe cuándo, para grabar un disco. Fueron dos semanas intensas e inolvidables.

Ahora ya en Valparaíso,  3500 km más al sur y tres semanas después, recuerdo esto como si hubiese pasado hace siglos. Vuelvo a ser, momentáneamente, un cantautor, y a dar conciertos en dúo junto a Luz Ma. Mentiría si no dijese que echo de menos a todos esos hermanitos Rumbarranquinos, que se reunieron desde galaxias lejanas para juntarse y crear esa música maravillosa.

Algún día, muy pronto, tú también la podrás escuchar.



Pd: Un agradecimiento especial Pancho García, a Claudia Makishi y a Malu JMayer, que nos apoyaron y siguieron cada día en esta aventura musical.

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