domingo, 22 de enero de 2012

Mosca en la SOPA (II)




 Una vez vi una tarjeta pegada en la nevera de mi amigo Héctor Ribao. La tarjeta rezaba “no te fies de un médico cuyas plantas estén muertas”. Ahora, unos cuantos años más tarde, me ha dado por recordar ese dicho y su significado. En esta época en la que nos toca vivir, la de las revoluciones sociales de teclado y iphone, en la que se comparte el saber revolucionario con fotitos y creativos diseños que te limpian la conciencia como uno de esos gitanos rumanos que te limpian el parabrisas en un semáforo (o sea, rápido y mal), vuelvo a la carga con otro más de mis sonoros escupitajos contra las cándidas mentes que pueblan la red.

 Hablamos de cambiar el mundo, del sistema insostenible, del capitalismo feroz, autodestructivo y ¿qué es lo que hacemos para cambiarlo? Esperar sentados en la plaza: esperar y esperar y esperar hasta que llegue la gran tormenta y nos lleve a todos por delante; esperar a que todo caiga por su propio peso, esperar a que todo se vaya a tomar por culo de una vez, esperar y mientras tanto colgar fotitos en el facebook, hablar en corrillos de la gran conspiración y lamernos la heridas espirituales como perrillos o más bien como ovejillas, tiernas ovejillas que es en lo que nos hemos convertido. Es bien cierto que el primer paso para remediar un mal es el de darse cuenta de la existencia de éste. Pero, tal como veo las cosas, somos como las células de un gigantesco organismo yonki que se quejan de la situación pero siguen enfrascadas en el enfermizo disfrute que la droga les supone. Puedo pecar de cínico, de insensible, de contradictorio y de todo lo que queráis, pero en el fondo cuando hablo soy más prudente que vosotros, apóstoles de la revolución placebo.

 Hace poco rato me ha llegado uno de esos eventos de facebook que dice así: “por la libertad  de expresión en Internet. La Ley SOPA, Megaupload y blablabla... ¡ahi que llegar a los diez millones!”
 Os reto a descubrir dónde está la garrafal falta de ortografía, ¿la habéis encontrado ya? Si se le tiene que quitar la libertad de expresión a un tipo que no sabe cuál es la diferencia entre el verbo haber y un adverbio, yo ya no sé que pensar. Además, el hecho de que tú crees un evento en facebook y se apunte todo cristo no va a cambiar el orden de las cosas, querido mío...

 Tengo que confesar que no voy a asistir a tal evento: las faltas de ortografía son algo que me roe el espíritu, de veras (si me hencontráis halguna hos pido las más sinceras disculpas). Y eso que en cierto modo, qué coño, en gran parte, simpatizo con estos movimientos. Abogo por la libertad de expresión de manera totalmente egoísta (todo hay que decirlo) porque probablemente, en un régimen totalitario, tardarían menos de una semana de dar una patada en la puerta de mi casa y pegarme un tiro en la nuca. Pero basta ya de frivolidades, señoras y señores: barran ustedes la cocina, alimenten a su animales domésticos y rieguen sus plantas antes de intentar atajar los males del mundo. Enriquezcan su espíritu con libros (que han sido gratis en las bibliotecas de toda la PUTA vida, así como películas, discos y demás material cultural de sumo interés para el ser humano). Después, cuando ustedes aprendan a leer y a escribir, podrán redactar 4 líneas en pos de la libertad sin cometer faltas de ortografía y sin parecer idiotas perdidos (y que no me venga nadie con lo de “error de mecanografía” porque eso no se lo cree ni la virgen maría).

 Una vez, conversando en Barcelona con un viejo poeta cuyo nombre no recuerdo, éste me contó una curiosa anécdota de la segunda república, protagonizada por Garía Lorca. El caso es que dio un recital en aquella ciudad, Barcelona, por la publicación del que en ese momento era su último libro. Y la curiosidad era, básicamente, que el grueso de su público no eran artistas ni escritores, ni críticos, ni poetas: eran obreros, ¡obreros que al salir de sus trabajos iban a un recital de poesía!¿Os imagináis esta situación ahora?
 Y de repente me da por recordar unas palabras del gran Charles Bukowski, en las que dice algo así. Y con esto me despido.

 Cuando un mecánico de coches cualquiera
 empiece a llevar libros de poesía
 para leer a la hora del almuerzo
entonces sabremos que estamos avanzando
en la dirección adecuada.

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