martes, 1 de noviembre de 2011

Mucho cuidado...

  Vivo rodeado de un fracaso constante. A veces pienso que mi vida es un naufragio continuo que nunca termina de consumarse. A mi lado veo a otros que se hunden, o que van en balsas, o que directamente no tienen ni un trozo de madera al que agarrarse. Gente grande, trabajadora, con ideas originales (o no), pero con ideas al fin y al cabo. Todos nadando en un mar de incertidumbre, todos intentando hacerse un hueco en este mundo salvaje, haciendo los trabajos más inmundos, aguantando como bestias, soportando el peso y el dolor, hasta que ya se confunden y no ven la diferencia entre las lágrimas que brotan de sus ojos y el sudor que cae de su frente, aguantando porque creen en un futuro mejor, porque creen que algo bueno les espera.

Y cada vez me gusta menos esa gente que se quiere a sí misma de manera casi pornográfica. Ésos que se alegran tanto de haberse conocido, los mismos simpáticos cabrones que jamás en su vida harían nada por ti, que estarían dispuestos a pisarte y pasar por encima tuyo si fuese necesario para conseguir una mierda insignificante (el éxito, quizás, o quizás sólo un trozo de pan duro). Porque el éxito es como el pan: al día siguiente de adquirirlo se pone duro y no hay quien se lo coma, y entonces sólo sirve para rallarlo y rebozar las croquetas con las sobras de la semana. El éxito es como una falsa promesa, y la gente acude a comerte como los gusanos a la manzana hasta que no queda nada de ti.

Menos mal que yo nunca tuve éxito, me lo prometieron muchas veces pero era mentira, intentaron comerme antes incluso de que tuviera nada (algo tan absurdo como intentar atracar a un mendigo). A mí no me gusta esa gente que promete y no cumple, los que desprecian a otra gente, los que faltan al respeto, los que se creen mejores y no tienen cojones para demostrarlo. He descubierto que hay que hacerse respetar, a veces, aunque uno no quiera, pero es así, al menos para mí. No todo el mundo es buena gente, eso es una mentira: hay que tener ojos en la nuca y lengua viperina, hay que tener la mente rápida y las ideas claras, y a veces hay que poner límites al que se pasa de la raya.

Mis escrúpulos son cada vez más pequeños y mi ansia más grande, ya no me ando con gilipolleces. Tened mucho cuidado conmigo...

...que quizá mañana me alegre de haberme conocido.

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